Por Lorena Ballesteros
Daniela Quiñones lleva tres años contando historias. No, no es escritora, ni periodista. Es una mujer de 38 años, experta en finanzas y administración de empresas, con vocación para el arte y con un nuevo objetivo: conseguir que la artesanía ecuatoriana trascienda todas las fronteras posibles.
Para alcanzar su meta ha creado productos textiles con diseños étnicos vanguardistas: cobijas, ponchos, capas, chalinas, abrigos, shigras… pero más allá de posicionarlos en el mercado internacional y local, se ha dedicado también a rescatar las tradiciones y la historia que cuenta cada pieza. Son historias que involucran a los indígenas quechuas del norte del país o a las tejedoras que se encuentran en recónditos lugares de provincias como Chimborazo, Bolívar y Tungurahua.
Las vueltas que da la vida son curiosas. Si esta entrevista la habría realizado hace cuatro o cinco años, la historia de Daniela hubiese sido otra. En esa época andaba vestida de ejecutiva, dedicada a la banca de inversión, reestructurando empresas y con una carga de estrés increíble. Estudió Finanzas en Virginia Tech e hizo un MBA en el Instituto de Empresa en Madrid; trabajó en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington; tuvo jefes alemanes en España y estuvo en una empresa de Consultoría Estratégica para negocios en Bogotá. Después de una década colgó sus trajes sastre, se quitó los tacones y emprendió para alcanzar su sueño.
Para contarnos sobre Armadillo Stores, su marca artesanal, nos trasladamos hasta la Hacienda Chillo en Amaguaña. Esta propiedad perteneció a sus abuelos Quiñones, quienes fallecieron hace algunos años, pero sus padres y sus tíos aún la mantienen en la familia. La casa es campestre colonial, tiene alrededor de 200 años y guarda una mágica esencia que conecta perfectamente con el emprendimiento de Daniela. Hay muebles y adornos de varios lugares del mundo que reflejan los rincones recorridos por sus abuelos. Seguramente, el espíritu aventurero que la caracteriza lo heredó de ellos. Se nutrió también de las tradiciones ancestrales que aprendió en esa hacienda cuando aún era niña.
Ya entrando en nuestra conversación le pregunto por su dirección actual. Una sonrisa irónica se despliega en su rostro y suelta una especie de carcajada. “Es complicado”. Se puede decir que vive entre Ecuador, Colombia, México y Estados Unidos. No tiene una dirección fija, excepto cuando aterriza en Quito. En las otras ciudades se hospeda en casas de amigos, familiares u hoteles. Su agenda la dictan las innumerables ferias a las que acude cada mes. Gran parte de su trabajo lo hace desde el celular: contacto con los proveedores, despacho de productos en distintos lugares del mundo, fotos para redes sociales, diseño de su página web.
Ningún día es igual a otro. A veces está en el campo con los proveedores, o está montando un stand para una feria, o concretando negocios con distribuidores de otros países. Una vida de nómada ha sido el precio que ha debido pagar por sacar adelante su emprendimiento.
¿Qué es lo más difícil de emprender?
La incertidumbre.
¿En algún momento dudaste?
Esta vez no. Antes de Armadillo estuve un año y medio tratando de sacar un proyecto de retail en Bogotá. No despegó porque no levanté el capital. Hasta pensé en volverme a emplear. Pero de las crisis llegan las oportunidades, la mía llegó con el terremoto que ocurrió en Ecuador. Fue la inspiración que me hacía falta.
¿De qué manera llegó esa inspiración?
En ese entonces vivía en Bogotá. Me dio impotencia estar lejos de mi país en momentos tan difíciles. Así que decidí movilizar recursos a la distancia y contribuir con los damnificados. Comencé con mis contactos en Colombia, levanté fondos y los envié a Ecuador. Incluso conseguí que un avión presidencial llevara ataúdes a la zona del desastre. Investigué sobre experiencias similares en Colombia y encontré que después del terremoto en la Armenia se había fortalecido el eje cafetero colombiano. De la crisis surgió la oportunidad de posicionarse como una zona turística.
¿Entonces decidiste promover el turismo en Ecuador?
Esa era como la idea macro. Pero quería hacerlo a través de nuestras artesanías. En Colombia la artesanía se ha consolidado como una marca país. Eso sucedió con la famosa mochila Wayuu. Esa mochila llegó hasta Asia. ¿Por qué no podíamos hacer lo mismo?
¿Cuál fue el primer paso?
Viajé a la zona del terremoto para entender la magnitud de la tragedia. Conseguí artesanías de esa zona, sobre todo Panama Hats. Pero también textiles de Imbabura, unas cobijas súper bonitas. Fui a Estados Unidos y en Nueva York organicé un evento tipo subasta para recaudar fondos. Las cobijas fueron todo un éxito y ahí desarrollé mi idea.
¿Luego las cobijas se convirtieron en ponchos?
El concepto evolucionó porque en las ferias, a donde llevaba mis cobijas, la gente las cogía y se las ponían encima como ponchos. Así, a demanda del mercado, me abrí paso para ampliar la gama de productos. Ahora tengo una línea para adultos, otra para niños y para el hogar. Hay desde el poncho tradicional, capas hasta abrigos.
¿Cuál es el estilo de Armadillo Stores?
Artesanal con un toque urbano, moderno.
¿Quiénes son tus proveedores?
Esto es lo más importante. Recorrí muchos lugares de Ecuador en busca de artesanos. Trabajo con segunda o tercera generación de familias indígenas. Les ayudo a potenciar su trabajo y que se conozca en varios lugares del mundo.
¿Tú haces los diseños?
No soy diseñadora de profesión, pero desde niña pinto sobre lienzo. Es decir, tengo una vocación por ese lado. Me he inspirado en lo nuestro y en tendencias globales. Así sugiero a los artesanos cómo deberían ser las prendas y ellos las elaboran. También he hecho colaboraciones con diseñadores famosos, son colecciones exclusivas que me ayudan a abrir mercados internacionales.
¿Cómo conceptualizarías tu proyecto?
Uno de mis objetivos es democratizar el diseño. Que la artesanía sea para todos, a un precio justo, elaborada con un proceso sostenible. Soy un puente entre los artesanos y el mundo exterior. Me encargo de hacer productos de acuerdo con la demanda.
Armadillo ha cruzado fronteras. ¿En dónde vendes tus productos?
Comencé en Colombia y el éxito fue rotundo. Ahora tengo una tienda en la calle de los Anticuarios, donde están los mejores diseñadores independientes. También se venden en ferias y hoteles de México. He participado en ferias en Estados Unidos. Hace poco mandé un despacho para Tailandia.
¿Tu fortaleza es el networking?
Me ha servido muchísimo. Este producto no se vendería sin las redes sociales, sin los contactos. La ex primera dama de Colombia, y la primera dama actual, han comprado Armadillo. La esposa de Juanes usa mis shigras y me ha hecho un pedido de ponchos. La estilista de Shakira es cliente y espero hasta fin de año entregarle un producto estrella para que Shakira lo use.
Cuéntame sobre las shigras…
La shigra es una especie de patrimonio. Su elaboración puede tardar entre 10 y 90 días. Actualmente hay poquísimas tejedoras en el país. Fue una suerte encontrarlas y motivarlas a seguir con esta tradición. Con mi proyecto de shigras doy trabajo a un grupo de mujeres vulnerables, pero sumamente talentosas. Ellas viven en comunidades del campo, siembran su comida, pero no tienen acceso a salud pública. Comprando artesanía fortalecemos el tejido social de estas comunidades.
¿Qué viene después?
Seguir cruzando fronteras. Seguir apoyando a los artesanos, y sobre todo consolidar mi proyecto. Quiero vender experiencias. Quiero que los turistas vengan a Ecuador a vivir la historia que hay detrás de un poncho, de una shigra.