Por Caridad Vela
Enmarco la vida de Cayetana Polanco en un entorno mágico, en el que cada detalle cuenta una historia y cada color dibuja un recuerdo. Inquieta, liviana, aventurera y persistente fue desde que nació, y estos matices se han intensificado en su personalidad con el paso de los años, fundiendo en ella la maravillosa trilogía de mujer, madre y emprendedora que es hoy.
No le teme al mañana porque el destino es su mejor aliado, confía en su intuición y en el presente para tomar decisiones. Es dueña de un valor que la desborda. Su carencia de miedos -o la capacidad para enfrentarlos- es lo que impulsa su vida. Esta es la maravillosa historia de una emprendedora que no se rinde ante nada.
“Después del colegio me tomé un año antes de ir a la universidad. Llegué una semana tarde al ingreso de nuevos estudiantes, y de inmediato conocí a Jackson Klein. Cenamos esa noche, e hice la pregunta habitual entre estudiantes universitarios: a qué dedicarás tu vida? Me contestó que iba a navegar el mundo, y le pedí que me esperara”.
Lo siguiente fue hacer un plan que tenía tres etapas: sobrevivir la prueba de vivir juntos en un espacio reducido; encontrar un barco y aprender a navegar; y conseguir dinero para el viaje. A las dos semanas de conocerse se mudaron a vivir juntos en una habitación del dormitorio para estudiantes en la universidad, y arrancaron su primer negocio, una página web absolutamente básica para hacer entregas de distintos productos a los estudiantes que vivían en la universidad. Un año y medio después dieron paso al segundo emprendimiento: un carrito de crepes ambientado con luces y música francesa, que juntos empujaban por el pasillo de los dormitorios universitarios vendiendo el producto.
Jackson se graduó en Estudios Ambientales, Cayetana estaba en su segundo año de universidad estudiando Salud Pública, sin embargo de lo cual, el tercer emprendimiento no tenía de lo uno ni de lo otro. Fue una agencia de páginas web y apps. “Jackson sabía programar, hacía páginas web desde los 12 años y me enseñó. Entre él, Youtube y Google, aprendí. Programábamos los dos”.
Tenían algo de ingresos pero no tenían barco, iban dando los pasos para construir su sueño y la vida los sorprendió. “El tío de Jackson nos escribió un mensaje sobre un multimillonario cuyo hermano había fallecido, y le dejó un bote en el que había invertido mucho dinero. No sabía qué hacer con él. A nosotros nos venía como anillo al dedo, pero no teníamos con qué comprarlo.”
El multimillonario descubrió su afán de emprendedores y decidió canjear el bote por una página web. “Fue el primer billonario con el que hablamos”, recuerda Cayetana. “Ahora teníamos barco pero no sabíamos encenderlo”. El tío de Jackson les enseñó a navegar y se aventuraron por los ríos que los llevarían hacia el sur, buscando mar abierto, hasta llegar al Golfo de México.
“Casi nos morimos varias veces pero aprendimos demasiadas lecciones”. Pronto descubrieron que no es lo mismo navegar en los grandes lagos que hacerlo en el mar, que zarpar durante la noche entraña peligros, entendieron que cuando los pájaros cambian su comportamiento y no vuelan en la dirección que corresponde, es porque se avecina una eventualidad, y que si entra aire en el motor cuando pasas por debajo de un puente levadizo causas un indescriptible caos de tráfico.
Finalmente, enfrentando grandes riesgos llegaron al Golfo de México, al lugar donde en realidad iniciaría su sueño de conocer el mundo, y fue el momento de la reflexión. Habían pasado sustos y empezaba la temporada de huracanes. Jackson no estaba seguro de querer poner sus vidas en riesgo con tanta frecuencia.
La decisión fue regresar a Ecuador para sentir paz y calor de hogar. Entre Quito y Zuleta disfrutaron de la familia y continuaron con su trabajo diseñando páginas web hasta lograr estabilidad en sus ingresos para retomar el sueño de la circunnavegación. “Reconstruimos un establo en Zuleta y lo convertimos en nuestro departamento, pasamos ahí un año y medio y fue cuando llegó la noticia de que nuestra primera hija estaba en camino” Nació Mila y poco tiempo después vendría Ella, su segunda hija.
Se mudaron a Florida habiendo tomado la decisión de dedicar siete años a tener familia. Mientras tanto seguían pensando en la manera de lograr un impacto significativo con su trabajo. El diseño de páginas web iba bien, pero buscaban algo más.
Un día cualquiera salieron de compras con la bebé, y con todo el estrés propio de padres primerizos, olvidaron sus billeteras y no tenían cómo pagar las compras. “Yo soy yo, y esa es la tienda, pero si no tengo la tarjeta de crédito no puedo comprar. Algo está mal”, se dijo. Y su mente empezó a maquinar.
Pocos días después Jackson salió con los perros al mar, y al cerrar la puerta de casa se percató que no tenía las llaves. Nuevamente surgió la misma pregunta: “yo soy yo, y esa es mi casa, pero si no tengo llaves no puedo entrar. Algo está mal”, pensó.
En el afán de encontrar la forma de solucionar los problemas creados por sus propios olvidos, que son los mismos en toda la humanidad, empezaron a inventar. Activar mecanismos con el celular no era la solución, porque si no tenías batería estabas en problemas. Había que ir más allá.
“Comenzamos a crear en nuestras mentes un nuevo proyecto, pero necesitábamos socios capitalistas. Pensamos en contactos en Ecuador pero finalmente terminamos asociándonos con la mejor amiga de la universidad, que era una mega emprendedora auto formada”.
Otra mudanza. Esta vez a Chicago. Keyo, su nueva marca, empezó a convertirse en realidad. “Queríamos crear una plataforma de identidad. Investigamos las biométricas que estaban en el mercado: huella digital, cara, iris, y terminamos con la palma de la mano que era una tecnología híper nueva que nadie estaba usando. Estábamos hambrientos de información, investigamos todo, preguntábamos de tienda en tienda si usarían esta tecnología y hubo mucha aceptación, pero no había dinero para desarrollar el piloto”.
Decidieron contactar a Fujitsu. “Inicialmente no sabían qué hacer con nosotros, les gustaba la idea pero éramos tan insignificantes en el mundo que era difícil que nos confíen su dinero. Ellos iban a enviar una terminal de computadora a Estados Unidos, a New York University (NYU), y ofrecieron enviarnos una para que veamos qué más se podía hacer con ella. Trabajábamos en el sótano de la casa de nuestra socia mientras nuestras hijas correteaban en el piso alto. Nos demoramos seis meses en crear la tecnología, y cuando recibimos la terminal de Fujitsu tuvimos que, literalmente, hackearla para dejar sin uso el dispositivo del lector de tarjetas y que actuara solo con la palma de la mano”.
Otra mudanza. La oficina salió del sótano a una tienda de café y contaba con ocho colaboradores. Iban a ruedas de negocios con inversionistas, les gustaba la visión, pero no les convencía invertir en el segmento de pagos. “Decían que era una guerra campal en la que todos competían por bajar costos de procesos. Todo nuestro dinero se había ido en los ocho pilotos que habíamos creado”.
“En una noche de desvelo di un tiro al aire con el último cartucho que nos quedaba: apliqué a un evento en California que financia a empresas de innovación. No teníamos ni un centavo, compramos solo el boleto de ida a San Francisco para Jackson y modificamos nuestra presentación. Ya no era para el segmento de pagos sino para el de plataformas de identidad”.
El auditorio tenía más de treinta ejecutivos de mega corporaciones y Jackson obtuvo el mejor rating entre todos los que se presentaron. Ese día los invitaron a ser parte de tres distintos segmentos relacionados con innovación y han sido contactados para presentaciones en Alemania, México y Singapur. Pocos días transcurrieron hasta que recibieron propuestas formales de una cantidad de socios con los que ya están trabajando, todas mega empresas a nivel mundial.
“Con esta inyección de recursos creamos la plataforma desde cero. El primer piloto grande fue para una cadena de gasolineras en México, en las que pagas tu consumo con la palma de tu mano. Fue tan exitoso que nos pidieron 500 pilotos más. A partir de ahí hemos sido contactados por varios gobiernos, tenemos una lista de espera de 25 países cuando nuestra meta era cerrar 2018 trabajando con cinco”. Están en Finlandia trabajando con el banco más grande que el próximo año quiere incorporar Keyo en 25.000 locaciones de tiendas y sucursales, para integrarlo con su sistema de pagos.
En Alemania y Uganda están con distintas aplicaciones de la plataforma, que van desde medios de pago hasta identificación de personas en universidades. En México trabajan con inversionistas que controlan las terminales de buses y requieren de Keyo para identificación del chofer y pago electrónico de salarios en línea. En Estados Unidos trabajan en Chicago con una terminal en la que se escanea la palma de la mano para canjear tickets, identificarse o hacer pagos. En pocos días tienen una reunión con un inversionista que quiere aportar varios millones de dólares para entrar con Keyo en el Sudeste de Asia.
Pero más allá de los servicios comerciales y de identificación que se facilitan con Keyo, Cayetana se entusiasma con la inviolabilidad del sistema. “Cuando los usuarios vean el logo de Keyo, sentirán comodidad, privacidad y seguridad. Adicionalmente la visión de la compañía involucra aportar en la búsqueda de personas desaparecidas, por ejemplo después de desastres naturales, en los que se dan casos en los que la gente pierde sus documentos de identificación, y con ello pierde también su identidad.
Con la empresa en el punto en que se encuentra, con inversionistas de gran calibre, vino otra mudanza. Hace menos de un año se habían quedado sin un centavo, y ahora Cayetana y Jackson viven en San Francisco con sus dos hijas. No viven en casa, no viven en departamento, viven en un barco de 33m con dos baños, camas para las niñas, una cocina y un mega motor. Está aparcado en la Bahía de San Francisco y son tan felices como siempre.
El secreto? La perseverancia, y confiar en que vas a cumplir tus sueños porque la vida siempre tiene un orden que empieza con el aprendizaje.