Por María Fernanda Ampuero
La influencia de los lugares en la mente y en el corazón
«Estoy convencido de que la clave para construir edificios mejores a todas las escalas radica en la observación de las intrincadas relaciones entre nuestras experiencias vividas y los lugares que las contienen.»
Collin Ellard
Imagínese que después de un día terrible en el trabajo le chocan el carro y el otro conductor se da a la fuga. Imagínese el momento después de una ruptura amorosa, ese vacío, esa desesperación. Ahora imagínese llevar esa sensación de “el mundo está contra mí” hasta su casa y que sea ésta, la casa, la que se encargue de subirle el ánimo.
¿Cómo? Proyectando una playa al atardecer en una ventana-pantalla, suavizando las luces, envolviéndolo con el sonido de las olas. ¿Suena a ciencia ficción, no? En realidad la tecnología para hacerlo sería moderna, pero el consuelo y bienestar que nos generaría tiene que ver con la parte más primitiva de nuestros cerebros.
Somos animalitos influenciables por el espacio
Sí, sí, una casa, un edificio, un diseño urbano puede influir directamente en nuestro estado de ánimo, en nuestros pensamientos y sentimientos, puede, para decirlo brevemente, transformarnos. No sólo puede, sino que, de hecho, en este instante tanto usted como yo estamos sintiéndonos de una manera particular por el sitio donde nos encontramos.
¿No le parecería increíble darse cuenta de que su estrés está dado no tanto por la cantidad de trabajo, sino porque su oficina no tiene ventanas? ¿No cree importantísimo saber dónde en su ciudad puede encontrar su muy particular santuario de paz? ¿No le encantaría poder construir la casa de sus sueños de manera que pase lo que pase siempre le genere bienestar volver a ella?
“Usted quizá no sea consciente, pero se siente atraído de manera innata por lugares que reúnen características que para nuestros antepasados podrían haber supuesto la diferencia entre la vida y la muerte. Esto explica que las viviendas más caras suelan ubicarse en la cima de una colina o en la cara de un acantilado orientada a amplias extensiones de agua. Usted puede que no lo perciba, pero su preferencia por las superficies curvas se explica porque está dotado de muchas más células corticales dedicadas a analizar los matices de ellas que las de las angulosas. Y, cuando se expone a escenas de grandeza, ya se trate de fenómenos naturales como un cielo estrellado o los desfiladeros del Gran Cañón del Colorado; o de un artefacto de construcción humana, como el techo de una catedral, abre la boca o se lleva conmovido la mano al corazón, pero también puede estar modificando el concepto que tiene de sí mismo, el modo en que va a tratar al prójimo y su percepción del paso del tiempo”.
Lo anterior lo escribió el neurocientífico Collin Ellard en Psicogeografía, la influencia de los lugares en la mente y en el corazón. El interesantísimo libro de Ellard es un tratado sobre por qué hay sitios donde nos sentimos instantáneamente a gusto casi sin saber por qué, y también explica que ciertas ciudades nos resultan aburridas o agobiantes. ¿Nunca ha pensado en la magia de que dar una vuelta nos cambie tan increíblemente el ánimo?
“Un paseo por una calle ajetreada de una ciudad, rebosante de tiendas de colores, impregnada por el delicioso aroma a comida y por una actividad humana frenética, puede ponernos de buen humor”, dice Ellard.
Psicogeografía, la influencia de los lugares en la mente y el corazón habla de cómo el entorno influye profundamente en nuestros pensamientos, emociones y respuestas físicas. La idea es que al entender cómo funcionamos en relación a lo que nos rodea podamos construir espacios que nos predispongan a sentirnos bien o, por ejemplo, evitar eso que el autor llama “la desorientación programada” de los lugares como los centros comerciales que están pensadísimos para “marearnos” y así guiarnos a consumir mucho más: “cuando visitamos un centro comercial o unos grandes almacenes, podemos entrar en busca de un artículo concreto, por ejemplo una batidora, pero al poco nos sorprendemos sumiéndonos en un estado hipnótico con las defensas en guardia baja, una reserva mermada y una inclinación realzada a gastar dinero en algo que no necesitamos. Este estado, este santo grial para los creadores de espacios de venta al por menor, no ocurre por arte de magia, sino que responde a un diseño calculado a la perfección”.
Otro ejemplo de esta “manipulación” que hacen los espacios con nuestras mentes son los juzgados (o cualquier edificio público que quiera imponer respeto): “cuando entramos en un juzgado, aunque sólo sea para pagar una multa de aparcamiento, nos reciben altos techos, una decoración ornamentada, y gruesas columnas o pilastras, todo lo cual contribuye a infundirnos una sensación de pequeñez en presencia del peso de la autoridad. Una vez más, los estudios psicológicos sugieren que la forma de tales espacios no sólo afecta a cómo nos sentimos, sino que, además, influye en nuestras actitudes y en nuestro comportamiento, pues nos hace más obedientes y nos predispone a aceptar una voluntad superior más poderosa”.
¿Y qué decir de las iglesias? Es bien sabido que la construcción de los edificios religiosos tiene una misión, la de recordarnos que hay una fuerza superior allá arriba, sobre nosotros. Las torres y cúpulas de las iglesias hacen el efecto de manos que intentan acercarse a los cielos, de vínculo de la tierra con lo de allá arriba. Pero no solamente la parte exterior de las iglesias, catedrales, basílicas genera ese arrobamiento y esa sensación de pequeñez, Ellard también habla del interior de estos espacios. “Por ejemplo, San Pedro en Roma, su gigantesca cúpula repleta de riquezas y obras de arte extraordinarias genera el deseo de doblar las rodillas: esta reacción perfectamente humana desde luego no es accidental. Tales estructuras se concibieron de manera explícita para alterar los sentimientos de las personas e instarlas a reevaluar su relación con el universo divino, para apaciguar sus temores con la promesa de una vida tras la muerte”.
Visto así, conociendo cómo funcionan nuestras cabecitas todavía tan primitivas, el mundo parece un lugar diferente. En el libro de Ellard se explica también, por ejemplo, por qué es tan deseable a nivel urbanístico lo alto de una colina desde donde observar la ciudad. Nos gusta, dice el autor “cazar sin ser cazados”, un remanente, una herencia, de la forma de vivir de los humanos primitivos, por eso preferimos habitar en una especie de panóptico de observación (mirar nosotros, no ser mirados). Desarrollamos una preferencia innata por localizaciones que nos permiten ver aquello que está ocurriendo a nuestro alrededor (perspectiva) pero, al mismo tiempo, necesitamos sentirnos resguardados y protegidos (refugio). “Estos deseos se manifiestan en espacios de todo tipo, por ejemplo en el modo en que privilegiamos los extremos sobre el centro en las zonas públicas”.
La forma en la que funcionamos en relación al espacio es importante porque permite desarrollar una buena planificación urbanística amigable con los ciudadanos, de la misma forma, una determinada disposición de un barrio o una arquitectura agresiva pueden convertir ese sitio en un “foco de ansiedad” o incluso de criminalidad. No es ninguna broma la psicogeografía.
Piénselo un poco: ¿no cree que hay lugares que lo ponen especialmente agresivos y otros, en cambio, que predisponen a la tranquilidad?
Emocionados, aburridos, felices, tristes, intrigados, intimidados: los sentimientos humanos, nuestras mentes, están vinculadas al ladrillo y el cemento más de lo que creeríamos. Y es que lo que llamamos nuestra vida es básicamente una interacción con un espacio construido por alguien: una vivienda, una oficina, espacios de ocio, de consumo, de estudio o formación.
“Todos compartimos al menos una vaga sensación de que el modo como están diseñados esos entornos influye en nuestros pensamientos y acciones, y a menudo buscamos un contexto concreto precisamente porque nos apetece experimentar esas influencias”.
El reto de cara al futuro es proteger a toda costa esos espacios naturalmente sanadores como los bosques, el campo o las playas, y que nuestras ciudades procuren generar paz en los ciudadanos en lugar de disparar sus niveles de ansiedad. No será fácil, la brutal urbanización del planeta, la sobrepoblación, el cambio climático y sus consecuencias en la emigración y la desertización, y los equilibrios energéticos cambiantes exigirán acciones no siempre positivas para nuestro equilibrio.
Ellard insiste en que pensar y construir psicogeográficamente no sólo mejorará la vida de cada uno, sino la convivencia general. El desafío, como dice él, “es replantearnos cómo dar forma a nuestros entornos no sólo para garantizar nuestra supervivencia, sino también para velar por nuestra salud mental”.
EL DATO: una empresa estadounidense, Sky Factory, ha empezado a comercializar tragaluces artificiales que contiene o bien fotografías de la naturaleza o bien reproductores de vídeo de alta resolución que muestran escenas naturales dinámicas. Tales dispositivos se han instalados en hospitales, salas de quimioterapia, consultas médicas…